Dulce tradición: muestra de la riqueza gastronómica y cultural de México.
Las poblaciones mexicanas especialmente del centro y sur del país han tenido un gusto particular por ese pan de fiesta, pan dedicado a los difuntos que regresan a reencontrarse con sus familias el 31 de octubre, 1 y 2 de noviembre, de acuerdo con la tradición de «Día de Muertos» que se ha heredado de generación a generación desde hace varios siglos.
El gusto por la elaboración de un pan especial para el caso se remonta a la época de los sacrificios humanos y a la llegada de los españoles a la entonces Nueva España (ahora México), en 1519. Cuentan que era un ritual en el México de antes de la conquista que una princesa fuera ofrecida a los dioses, su corazón aun latiendo se introducía en una olla con amaranto y después quien encabezaba el rito mordía el corazón en señal de agradecimiento a un dios .
La influencia de las culturas mesoamericanas prevalece no sólo en el culto a la muerte sino también en los deliciosos ingredientes de la ofrenda tradicional.
Tanto el pan de muerto como las calaveritas de azúcar tienen un significado que evoca la época prehispánica, en donde la muerte era común a los antiguos pobladores, ya que la veían tan sólo como un cambio. Por ello, conservaban los cráneos como un trofeo por haber concluido una etapa y ofrecían la vida a sus dioses en sacrificios humanos. Rituales que a la llegada de los españoles fueron prohibidos, y tras la resistencia de los pueblos indígenas fueron sustituidos por otros que congeniaran con los preceptos católicos.
El pan de muerto hacía alusión, por la singularidad de sus formas, a los huesos de los sacrificados; también existe la idea de que hace alusión al “cuerpo de Cristo”.
Por otra parte, las calaveritas son producidas del alfeñique, un especie de caramelo con base en azúcar pura de caña moldeable, traído por los españoles. Estas son moldeadas artesanalmente, con anillos en los ojos, espirales de azúcar de colores decorando todo el cráneo, y en la parte superior el nombre de la persona a quien va destinada.
Ambos deleites son característicos, casi necesarios en una ofrenda, y en cada estado del país han sido acogidos, creando variantes en su preparación. En el Estado de México, por su feria anual dedicada al alfeñique, la calaverita tiene su mayor producción. Aunque actualmente, también se elaboran de chocolate, de amaranto, tamarindo o en gomitas. En Puebla complementan el dulce con cacahuate o pepitas, o en Oaxaca le añaden miel en el centro.
El pan de muerto en cada región tiene una preparación un tanto diferente, creando una enorme diversidad, pero es en Mixquic en donde su forma es otra, la de una mariposa, ya que se creía que el alma de las niñas fallecidas se transformaba en ella.
Es dentro de la tradición mexicana, donde estos manjares además de deleitarnos nos recuerdan a los que han muerto y que lo único certero que nos depara es la muerte.